viernes, 11 de febrero de 2011

Reporteros de sangre azúl

La tinta y la sangre siempre han estado condenadas a entenderse, al igual que un hombre que convive con una mujer a la que ama y su amor no es correspondido. En el siglo XIX existieron periodistas de la talla de Joseph Pulitzer, Howard Russell o Archibal Forbes, inquilinos de las trincheras por cuyas venas en vez de sangre corría tinta y militares como Lord Raglan, oficial superior británico en la Guerra de Crimea, que ayudó a escribir la historia mundial con renglones de sangre.

La edad de oro del periodismo mundial nace con el olor a carbón propio de la Revolución Industrial; con el sinsabor de la penuria de la Guerra de Secesión de los Estados Unidos; con el retrogusto dulzón provocado por la Guerra del Opio en China y el electromagnético impulso a comunicarnos originado por la invención del telégrafo.

Los mitos del periodismo tenían algo en común: todos ellos eran personas que no siguieron las normas preestablecidas. Charles Louis Havas, fundador de la agencia de noticias Agence France Press no dudó en interceptar y descodificar el código “morse” utilizado por los militares franceses y por paloma mensajera enviar mensajes a los principales periódicos de la capital parisina para que informaran a la población.

Es en esta época cuando los ancestros del periodismo nos enseñan que la comunicación, más que una profesión que debe ser aprendida en las universidades, se trata de un oficio. Un oficio comparable al del ebanista o el segador que con sumo cuidado se dedica a trillar los campos en busca de incómodas noticias que nunca deberían haber salido a la luz.

Pese a la precariedad de los recursos tecnológicos existentes en la época y el monopolio del telégrafo ejercido por parte de los gobiernos, debemos agradecer a esta tribu periodística, y gracias a su ejemplo, la lección más importante de este oficio y que es perenne en el tiempo: Más allá de la tecnología o el estar suscrito a la nómina de un gran medio, el periodista es un cazador de noticias y atrapar una buena historia es lo que cuenta.

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